Los datos son demoledores: según Greenpeace, cada día se pierde el equivalente a 11 campos de fútbol de superficie boscosa en el mundo, casi siempre en esa parte del globo a la que, eufemísticamente, llamamos países en vías de desarrollo. Sin embargo, y pese a lo desgarrador de estas cifras, hay otras que no se ven: si bien los bosques son el fiel reflejo de eso que llamamos un ecosistema, un conjunto de seres vivos, de elementos que interactúan entre si hasta conseguir un equilibrio perfecto, frágil, pero perfecto, no son ni mucho menos los únicos. También las personas vivimos en nuestros propios ecosistemas, nuestros propios bosques, igual de frágiles e igual de maravillosos: son nuestras familias, nuestros amigos, nuestro entorno, y, cómo no, nuestra escuela. Este año hemos aprendido a valorar, cuidar y respetar ambos: el natural y el humano. Son muchos los elementos que pueden destruir nuestros frágiles ecosistemas, pero en ambos casos la educación, nuestra educación, ayuda a que los nutrientes, la nueva savia que debe llegarnos del aprendizaje, deje brotar nuevas ramas y con ellas nuevas hojas y nuevos frutos, para dar sombra y cobijo a este mundo tan necesitado de protección, de mimos, de oxígeno gaseoso y también, por supuesto, afectivo. Este año hemos aprendido, por tanto, que debemos cuidar nuestro entorno natural, que si queremos un futuro sostenible y pacífico debemos dotar a nuestro presente de esas cualidades, pero también que nuestro ecosistema diario, el familiar, el escolar, son vitales para llegar a ser quienes somos, y para permitir a todos y todas los que nos rodean serlo también. Que nuestra tarea no es solo pasiva, si no también activa, y que por tanto solo protegiendo a lo y los que nos rodean llegaremos a estar nosotros verdaderamente protegidos. Porque en un ecosistema, al fin y al cabo, el todo es mucho más que la suma de cada una de las partes, es una fuerza arrolladora de transformación y de bienestar, una fuerza que, mágicamente, nos permite desarrollarnos a la vez que facilitamos que los demás también lo hagan, pero es también un elemento muy sensible, un entorno delicado al que acechan numerosos peligros, tanto externos como internos, peligros que debemos aprender a combatir, peligros para los que, durante este año, nos han ido concienciando y dotando de herramientas para combatirlo. Porque es en el colegio donde más fácil nos resulta aprender que si una rama se cae, si un brote no madura, nuestro árbol entero se resiente, enferma. Como decía Machado: “Olmo, quiero anotar en mi cartera la gracia de tu rama verdecida mi corazón espera también, hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera. En Huerta Santa Ana nos han enseñado que cada uno de nosotros y nosotras somos esa rama, ese milagro que debemos proteger y cuidar.Intervención de los alumnos y alumnas de E4