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“…subía alto, alto, alto…
cuando se daba cuenta, estaba volando…”
‘Pájaro Azul’, de Fátima M. Roldán
Estos días me encuentro impartiendo una de las materias que más me gusta, con las que más disfruto y de la que más experiencia tengo como docente. Son distintas formaciones sobre la misma temática que casualmente han venido todas en la misma semana (en el fondo me encanta que así haya sido)… se trata de una serie de capacitaciones sobre Habilidades para la Formación.
A pesar de que son formaciones que he realizado en muchas ocasiones bien sé que no hay dos grupos iguales, ni dos contextos iguales, ni dos objetivos intrínsecamente idénticos… lo que implica que tengas que pararte, prepararles la estructura más adecuada a sus necesidades y confeccionarles el plato que más nutrientes les vaya a dejar…
…más aún cuando sueles contar con poco tiempo en relación a la cantidad de cosas que querrías contarles (lo normal en formación)….
…es más, hay que asumir que forma parte del trabajo de un formador la selección de los contenidos justos y adecuados al tiempo que se tenga (algo que no siempre resulta fácil)…
…bueno, la cuestión es que estos días, mientras programaba, me daba cuenta del impacto de la preparación de una sesión formativa en la motivación de los alumnos… y no me refiero precisamente a que te dediques a preparar actividades “chulas y motivadoras” no me refiero a eso… para nada…
El principio de la motivación
En formación, desgraciadamente en demasiadas ocasiones, se confunde “motivación” con “que la gente se lo pase bien”… o lo “participativo” con algo “lúdico”… esto al final puede tener resultados soportables (cuando la gente se va con la sensación de haber vivido algo más o menos interesante y/o divertido pero nada más) o resultados terribles (cuando la gente se va con la sensación de haber estado haciendo el chorra, sin más…).