El mejor sistema educativo del mundo es viajar, así de claro. Lástima que no todos pueden. Después de 12 meses visitando y conociendo en profundidad decenas de proyectos educativos de todo tipo, a menudo nos preguntan cuál es el modelo ideal, quién tiene la llave del éxito educativo, qué propuesta conducirá a los niños de hoy al bienestar de mañana. No hay modelo perfecto (la imperfección es muy humana) pero reconforta comprobar que hay mucha gente preocupándose y cuestionándose el modelo actual. Y mejor aún: hay mucha gente ocupándose de activar propuestas diferentes que sin duda marcarán el camino a seguir.
Sin ser experto, pienso que la educación debe abarcar todos los aspectos del ser humano, sin dejar atrás ninguno. Vivir y, al mismo tiempo, prepararnos para la vida futura. Pero primero vivir, algo que, de obvio, se olvida muchas veces. Detengámonos un instante y observémonos viviendo un día cualquiera, nuestras necesidades más instintivas y primeras: nos movemos, sentimos y pensamos y, consecuencia de ello, volvemos a movernos. En ese orden. Esta simplicidad encierra, a mi juicio, la clave del éxito educativo: dar respuesta equilibrada a esos 3 aspectos del ser humano: cuerpo, corazón y mente, sin descuidar ninguno y, en torno a ellos, articular toda la propuesta.
Desde esa óptica holística, un viaje como el que ahora concluimos, es una experiencia educativa tan brutal, significativa, emocionante, transformadora, edificante y revolucionaria que no se me ocurre ningún modelo educativo mejor. Vale para niños y adultos. Y ojalá todo el mundo tuviera la oportunidad de viajar. El viaje potencia en las personas, de forma natural, todas las actitudes, talentos y capacidades a la que aspiran todos los sistemas educativos del mundo.
Este recorrido nos ha enseñado muchas cosas, especialmente actitudes. Quisiera destacar aquellas que la mayoría de escuelas difícilmente pueden/quieren ofrecer, pero que el viaje nos regaló:
Saludar y despedirnos al mismo tiempo y con alegría. Nos equivocamos cuando presupusimos que decir adiós iba a ser lo más duro del viaje. Nos vamos de cada hogar con nuevos amigos que antes no existían y eso tiene un poderoso efecto hormonal: cada abrazo de despedida está lleno de endorfinas.